En Exodo 32 y 33 vemos la historia del becerro de oro. Moises había subido al monte para hablar con Dios y permanecería allí por 40 dias. Mientras tanto el pueblo aguardaba por él en el campamento. Los días pasaban y Moisés no regresaba, entonces el pueblo se impacientó y le pidieron a Aaron que les confeccione un ídolo. Aarón cedió ante la presión de la gente y confeccionó el becerro de oro. Luego Dios le dice al pueblo que a causa de su pecado, él ya no iría delante de ellos sino que un ángel los guiaría hasta que entraran a la tierra prometida. Cuando el pueblo escuchó esto, ellos se pusieron muy tristes y se arrepintieron de su pecado, ya no adoraron al becerro sino que a Dios.
El Señor le muestra su pecado al pueblo y ellos se sintieron mal por eso, pero no sólo se sintieron mal sino que se arrepintieron de su pecado. Cuando el Señor nos muestra nuestro pecado, está bien sentirnos mal por ello, pero si sólo nos quedamos tristes y no hacemos nada por salir del pecado, no hemos logrado nada. Sabemos que tanto Pedro como Judas pecaron contra Dios, ambos se sintieron muy tristes después por lo que Judas se ahorcó, an cambio Pedro se arrepintió y el Señor lo levantó.
Entonces, no es suficiente sentirse mal ante el pacado, es importante arrepentirse. Vemos que Dios le dice que ya no iría delante de ellos por su pecado. Es lo que hace el pecado con nosotros, nos separa de Dios, rompe nuestra comunión con él.
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